Coraje, esfuerzo y amor
Historias de mujeres que lucharon para ser madres
Inés, Lorena, Soledad son tres mujeres uruguayas. Y las une algo más que el hecho de ser madres: las tres lucharon para serlo. Si bien cada situación fue diferente, todas mostraron coraje, se preocuparon, soñaron, perseveraron, hasta llegar al mágico momento de acunar a sus hijos.
Ellas explicaron para esta nota los tratamientos que siguieron –demostración de los muchos caminos que abre la ciencia actual para superar los problemas de fertilidad– pero por sobre todo abrieron su corazón para relatar el sinfín de sensaciones que atravesaron, desde la incertidum- bre hasta la mayor felicidad que puede dar la vida. Por eso lo mejor es escucharlas, compartiendo con ellas cada momento e imaginando su sonrisa de hoy junto a sus hijos. También para que acerque una luz a aquellos padres que buscan y no ven la salida.
FOTO: CARLOS «CHINO» PAZOS
Inés Lerena
Fue muy, muy complicado, y con cada ‘no’ la confianza se diluye, pero la clave fue lograr levantar- me después de cada caída. No importa con cuánta
confianza lo encarás, terminás en momentos de desespera- ción. Y lo importante es levantarse. Me sorprende hasta el día de hoy de dónde saqué tanta fuerza y confianza. No sé de dónde saqué toda esa confianza, pero apareció en el momento indicado», afirma Inés Lerena.
«Estuvimos buscando por seis meses. Toda la vida pensé que no me iba a costar nada quedar embarazada, tenía una confianza ciega en mi fertilidad –lo cual ahora hasta me da gracia– y en esos seis meses después de dejar los anticonceptivos enseguida me di cuenta, por varias señales, que había algo que estaba mal», recuerda.
Inés nunca le tuvo miedo a los tratamientos de fertilidad, ni los consideraba tabú, sino un camino hacia la maternidad. A los siete meses de intentar su ginecólogo de siempre la derivó a una clínica de fertilidad para hacerse pruebas de rutina. «Cuando me enteré que iba a necesitar tratamientos de fertilidad mi cabeza pragmática dijo: ‘Perfecto, in vitro, solo necesito un óvulo mío, un espermato- zoide de Gonza y listo, la ciencia se encarga del resto’. Digamos que arrancar así no fue bueno porque me esperaban muchísimas malas noticias e incontables obstáculos para los que no estaba preparada», asegura.
El problema que impedía el embarazo era una reserva ovárica muy baja. Todos los exámenes dieron relativamente normales, salvo el de la AMH (hormona antimulleriana), que según ella dio «pésimo». «La hormona es un indicador de la capacidad de producir óvulos y la calidad de esos óvulos. Básicamente tenía la reserva ovárica de una mujer entrando en la menopausia, y tenía 32 años», explica.
«La historia desde que empezamos a buscar hasta que quedé embaraza- da de las nenas fueron dos años y medio, pero para mí fueron cien, literal», cuenta. «En Uruguay me atendieron tres ginecólogos especialis- tas en fertilidad. Arrancamos ocho in vitros, y solo en tres conseguimos óvulos. En esas tres terminaba con dos o tres óvulos con la máxima estimula- ción hormonal. Logramos tres transfe- rencias de embriones y en la última quedé embarazada», dice.
«En el medio de todo eso –añade– fuimos a buscar dos segundas opiniones a clínicas de fertilidad de Argentina. Volví las dos veces corrien- do a casa porque me mostraron una realidad que yo no estaba preparada para admitir. Uno de ellos me dejó súper claro que mi solución era la ovodonación y que mis chances de quedar embarazada con mis óvulos eran mínimas, y menos aún de tener un embarazo con final feliz. Obviamen- te no entendía nada, otra vez mis expectativas previas me jugaron en contra. En mi cabeza la prueba de embarazo positiva era el final feliz, ¿qué más podía pasar?».
En Argentina por primera vez le hablaron de ovodona- ción como un camino para formar su familia, algo que entonces y en su cabeza no parecía una solución. «Ahora miro a nuestras hijas y no se me ocurre otro camino, pero en ese momento, cuando por primera vez me hablaron de perder la conexión genética con mis bebés, solo la idea era devastadora y no podía ni considerarlo. Me acuerdo de mirar a Gonza y decirle: ‘No, no puedo’. Él hubiera apoya- do todo, pero siempre respetó mis tiempos para procesar y por eso voy a estar eternamente agradecida con el alma de haberlo elegido como padre de mis hijas», enfatiza.
«El momento más difícil del camino fue la pérdida de ese embarazo que conseguimos con la última in vitro –relata–. Lo perdí muy temprano, creo que a las siete semanas ya me habían avisado que no iba a prosperar. El ginecólogo nos explicó directamente que el problema era la calidad del óvulo y que no era un resultado sorprendente con mi reserva ovárica. En ese momento, cuando estábamos los dos sentados llorando como dos bebés en plena pataleta, vi todo con claridad: obviamente este no era nuestro camino. De repente vi la luz y le dije a Gonza y al ginecólogo que quería arrancar ya el proceso de ovodona- ción».
«La conexión genética con mis futuros hijos era algo que tenía tan intrínsecamente arraigado que lograr dejarlo de lado y aceptar ‘voy a ser mamá sin que mis hijas tengan mis genes’, fue el desafío más grande de mi vida y requirió toda la fuerza que tenía y más para procesar, pero en ese momento sentí una paz inmensa. Sentí que era mi camino. No sé explicarlo bien, pero fue algo muy fuerte», confiesa Inés.
Inés dice que la parte que siguió de la historia le resulta «bastante borrosa», porque «fue una locura». El proceso se complicó porque en Uruguay no había donantes disponi- bles. Durante meses hizo llamadas o envió mails, hasta que descubrió que una compañera de su trabajo para una empresa de Salt Lake City (Estados Unidos) estaba pasando por una situación similar. Ella le recomendó su clínica y todo se procesó rápido: «Esa misma semana ya teníamos todo el tratamiento planeado», cuenta.
El 23 de diciembre de 2017, justo el día de su cumplea- ños, le avisaron del embarazo. «No voy a poder explicártelo, porque ni yo entendí nada de lo que sentía, una alegría tan inmensa que no podía respirar», evoca hoy. El embarazo lo pasó médicamente perfecto, pero no mentalmente: «Tenía tanto, tanto miedo de que algo saliera mal, venía de una seguidilla de decenas y decenas de malas noticias y no pude estar en paz hasta que vi a mis hijas al lado mío», explica.
El parto, por cesárea, fue «espectacular», añade. «El día más feliz, increíble y mágico de mi vida. No sé, no tengo palabras. Todo el equipo que nos acompañó fue especta- cular. Las nenas nacieron absolutamente divinas y el amor fue tan intenso, una locura total», se emociona.
«Me cambió la vida desde el momento que tomé la decisión de ser madre –afirma–. Empecé a plantearme como ser mejor para mis hijas desde el primer día y es algo que afecta todo lo que hago. Además, el agradecimiento absoluto de poder haber logrado la familia que logramos a pesar de la adversidad afecta cada momento de mi vida para bien».
«El asombro y la emoción de verlas conmigo a pesar de todo nunca se van –añade–. La única diferencia que veo con otras mamás que tienen esa conexión genética que nosotras no tenemos es que ese amor de madre, de mi parte, siempre viene acompañado de una emoción inmensa, que me parece pura magia. Esa emoción se mezcla con un agradecimiento infinito por haber podido tomar este camino y todo eso hace que sea una mamá un poco intensa y llorona. La decisión de dejar de lado la genética para ser madre no es nada fácil, y viene de la mano de mucha pena: hay que aprender a lidiar con eso. Los comentarios de parecidos familiares siguen pinchando en el corazón hasta el día de hoy y son cosas que voy aprendiendo a manejar con el tiempo cada vez mejor».
«Mi mayor miedo siempre fue que mis hijas no me quieran igual que como si estuviéramos relacionadas genéticamente, y la verdad, este es un miedo que ellas mismas sanan todos los días. La primera vez que una de ellas me dijo ‘mamá’ lloré con ruido. Me acuerdo y me río porque fue como un descontrol total de emociones, lloraba y me reía, me acuerdo de pensar: ‘Listo, perdí la cordura, en algún momento me iba a pasar’. Creo que la clave para mí fue darme cuenta que mis hijas, siempre van a tener y ser una parte de mí, en mi caso esa parte no es genética, nada más. Eso me lo enseñaron ellas», enfatiza.
«Un desafío fundamental que tengo como madre por ovodonación es darles todas las herramientas para que ellas entiendan que esto es parte de nuestra historia, pero no nos define, y lograr mostrarles que es una historia de resiliencia y amor, amor del bueno, de ese amor que atraviesa cualquier barrera», dice Inés, que no sabe si ella es ejemplo en estos temas. Explica en cambio que apren- dió que cada mujer que pasa por estos procesos de problemas de fertilidad lo vive diferente.
«Hubiera dado todo por tener a alguien que me hiciera sentir identificada. Es un proceso que se vive muy sola, no importa la contención que tengas a tu alrededor, y yo tuve la mejor. Realmente me emociono de pensar en cómo mis amigas estuvieron ahí para mí, nuestras familias que siempre nos apoyaron, y Gonza siempre incondicional, pero al final del día, la carga la viví sola. Es difícil expresarlo. En Uruguay somos muy pocos, menos aun los que pasan por problemas de fertilidad, y todavía menos quienes quieran hablarlo», puntualiza.
FOTO: PAULA OLIVERA
Lorena Ponce de León
El caso de Lorena Ponce de León tuvo una repercu- sión especial: los problemas que ella y su esposo tuvieron para tener hijos fueron inspiración para un
proyecto de ley, luego aprobado, para incorporar a las prestaciones que da el Estado algunas técnicas de fertilización asistida. Su esposo entonces era legislador (ahora es el presidente de la República, Luis Alberto Lacalle). Fuera de eso, la suya fue una situación como la de muchas otras mujeres.
El matrimonio buscó sin éxito su primer hijo durante un año. Entonces decidieron estudiar lo que no se estaba resolviendo naturalmente. El ginecólogo les indicó un seguimiento folicular, cuyo resultado mostró que ella no estaba ovulando.
«No era un problema específico, simplemente yo no ovulaba muy seguido y por eso el encuentro era difícil, y además por algunas características del útero era todo un poco más complicado. Seguramente con el correr de los años podía llegar a quedar embarazada pero decidimos seguir el tratamiento», relata.
Lorena se realizó un par de inseminaciones artificiales porque el médico pensó que había que ir paso a paso. Como no resultó, decidieron ir más a fondo en los estudios.
«Siempre son decisiones que uno toma pensan- do que todo va a salir bien. Teníamos confianza y estábamos muy decididos. Pensamos: ‘Esto va a pasar, somos jóvenes’. Yo tenía 25 años y tenía toda la vida por delante, no pensaba que hubiera que resolverlo ya. Era una mujer joven, que es lo que se necesita para este tipo de
cosas por lo saludable de los óvulos», explica.
Finalmente, tuvo resultados y quedó embarazada de mellizos. «Se me pintó una sonrisa de oreja a oreja cuando llamé por teléfono y del laboratorio me dijeron la cantidad de duplicación que estaban teniendo las hormonas en la sangre. Enseguida lo llamé a Luis y estaba muerto de emoción. Fue un momento muy lindo», recuerda.
Tuvo algunas pérdidas al comienzo, lo que la llevaron a hacer durante tres meses «vida de camisón»: se podía mover con libertad, pero sin salir de casa. Canalizó la ansiedad armando puzzles o aprendiendo a tejer. «Pero estaba tan contenta por lo que estaba pasando que me lo tomé con mucha calma», asegura.
Luis y Violeta nacieron por una cesárea programada, porque el niño estaba totalmente atravesado. «Uno de los momentos más lindos que he tenido en mi vida fueron sus nacimientos. Ver esas caritas pegajosas es una cosa mágica. Lo primero que empezás a sentir es ese amor que no podés explicar, que solo puede explicar un padre o una madre, que es incondicional, que es ante todo. Esa persona que estuvo nueve meses en tu panza y no lo conocías, y cuando lo pasás a conocer te empieza a generar un amor indescriptible, que es para toda la vida. Saber que es hijo tuyo y el amor que
te genera es impactante», cuenta, buscando las palabras.
A los nueve meses del parto quedó de nuevo embarazada. «No fue pensado –afirma–. Luego de que nos había costado tanto el primer embarazo pensé que iba a ser difícil de vuelta, o imposible, que fuera natural. Pensé que era una gripe… Como a los dos meses me enteré que estaba embarazada. El estado de negación de la posibilidad de estar embarazada era absoluto. Y cuando me hice el Evatest y salieron dos líneas me quedé en shock, con una inmensa alegría. Llamé a Luis que estaba en el Palacio Legislativo en ese momento y le dije. Los que estaban con él dijeron que se sacó el saco y se sentó. No entendían nada, hasta que les dijo: ‘Loli está embarazada’. Para él fue un shock, un lindo shock».
«Todos vinimos a aprender muchas cosas a esta vida. Y por lo menos en mi caso, la enseñanza que saqué es que la paciencia, la tenacidad también y la seguridad de querer ser mamá fue lo que nos bendijo con nuestros tres hijos. Y gracias a eso estamos desarrollando esta gran tarea de ser padres. También es difícil, porque los hijos no vienen con un librito y nadie te enseña a ser padre o madre. Es un desafío en el que todos los días se aprende algo nuevo», añade.
Más que ejemplo, considera que su situación es «una demostración de que se puede». «Cada caso es distinto, pero nada es imposible. Mi ginecóloga me dijo, cuando estaba con el tema de los embriones, si se multiplicaban o no, en el momento en que se ponen los embriones en el útero de vuelta ahí está la magia de Dios. Es algo más fuerte que simplemente tener embriones en un lecho perfectamente acondicionado para su desarrollo. Y que por hache o por be se pueden perder. Uno tiene que confiar, en que si hay algo que tiene que cambiar, cambiarlo. Si hay alguna emoción que se debe sanar, con su padre, su madre, con algún antepasado, buscar sanarla, porque esas cosas que a veces las trancamos y no nos damos cuenta. Recomiendo mucho la terapia como alternativa y sobre todo como complemento y ver lo que no te está dejando avanzar».
Lorena valora que la experiencia les dio a ella y su esposo la posibilidad de estar con mucha gente que estaba en la misma situación que ellos. «Cuando ves a una muchacha que está embarazada o con muchos niños, no sabés el trasfondo que hubo para poder concebirlos. Entendés que hay gente que sufre por no poder ser padres
o madres. Estuvimos con Luis con mucha gente que estaba en un proceso similar al nuestro o incluso más dolorosos, porque hicieron diez, doce intentos y no han podido, y terminaron adoptando», señala.
FOTO: CARLOS «CHINO» PAZOS
Soledad Ferraro
H oy, viéndolo a la distancia, creo que todo llega en su justo momento y cómo uno elige vivirlo es fundamental», recuerda Soledad Ferraro, quien asegura que vivió el proceso para llegar al embarazo de una manera natural, «lo que sin dudas tuvo que ver con el éxito».
«Quizá la reflexión más importante –dice– es que hay varias formas de ser madre, porque no necesariamente significa la que te da la vida biológicamente, sino la que elige darte el amor y la entrega desde el corazón. Entendí en este proceso que para eso hay que estar a la altura de las circunstancias y tener una grandeza de espíritu muy por encima de lo normal. Por eso admiro muchísimo a quienes eligen ser madres desde otro lugar, ya sea ovodonación, adopción u otro sistema. Tengo casos muy cercanos y lo tengo clarísimo».
«Nos casamos y durante cuatro años no nos cuidamos. No buscamos con el calendario, sino súper relajados. Después de esos cuatro años le dije a mi esposo: ‘Algo debe pasar, porque ya debería haber quedado embarazada’. Fue un razonamiento muy natural», relata.
Hizo entonces consultas médicas porque le llamó la atención, aunque aclara que no lo vio como un problema. «No era una obsesión para nosotros, si teníamos la idea de tener un hijo, pero lo llevabámos de forma muy natural», asegura.
Los estudios revelaron un bajo nivel de las hormonas antimüllerianas, lo cual llevó a que le aconsejaran ir directamente a la fertilización invitro y mejorar sus óvulos mediante tratamiento. El proceso duró un año y quedó embarazada en el segundo intento. Tenía cuatro embriones: primero le implantaron dos «frescos», que no resultaron, y luego dos «congelados».
«Me avisaron e inmediatamente empecé a pensar cuando me iba a poner los otros dos embriones –recuer- da–. Cuando te dicen que hay un problema un poco te descoloca, porque no estás preparada para que te digan que hay un inconveniente. Nosotros no lo vimos como algo traumático. Estuve abatida solo un día. Al otro día lo encaramos con confianza por el equipo médico que nos acompañaba y con optimismo de que podíamos resolver ese problema. Fuera cual fuera el resultado sabíamos que lo íbamos a atravesar y a capitalizar. Somos los dos muy creyentes y un poco fue dejar todo en las manos de Dios».
De aquellas frecuentes visitas al consultorio guarda una anécdota: «Llego, me siento, y al lado estaba una amiga mía que me pregunta: ‘Sole ¿qué hacés acá?’, y yo le respondo: ‘Lo mismo que vos’. Es como que nadie quiere que te vean ahí, que nadie sepa el problema que estás pasando, es una atmósfera extraña. Nosotros lo tomamos tan naturalmente que creemos que esa actitud fue parte del éxito, fuimos un equipo y lo encaramos en positivo».
Soledad asegura que el día que le avisaron de su embarazo fue «impresionante». «Te agendan para sacarte sangre y ese mismo día por la tarde te llaman para avisarte si quedaste o no embarazada. Como nosotros vivíamos en La Floresta, ese día había venido a Montevideo y por la tarde fuimos a visitar a un amigo de mi marido en una automotora del centro. Suena el teléfono y era mi ginecóloga, Marisa Dellepiane, que me dice: ‘Pueden ir a festejar porque estás embarazada’». (Al recordar ese momento Soledad se emociona, se le quiebra la voz y le brillan los ojos. Y destaca que su doctora vivió todo el proceso junto a ella de una forma que no es la habitual).
El embarazo transcurrió con normalidad y sin riesgos. Viviendo en La Floresta, iba a ayudar a su marido en el trabajo en bicicleta y muchas veces patinando. Por supuesto, tomó todas las precauciones que la ginecóloga le aconsejaba. Y al final llegó el día del parto. «A mi pequeña guerrera, María Jesús, la tuve por cesárea, porque al haber sido in vitro no querían arriesgar en un parto natural. Es una niña con una fuerza interna y una energía imparable», comenta.
«La maternidad te cambia todo, hay un antes y un después –asevera–. El hecho de ser padres hace que ya después no pensás ni sentís igual. Primero pensamos en nuestros hijos y después viene todo lo demás, y es alucinan- te porque el amor que te dan día a día no hay nada que lo pueda igualar. Ser mamá es lo mejor que me pasó en la vida y lo mejor que le puede pasar a una mujer sin lugar a dudas. Ella considera que el proceso «hay que tratar de vivirlo lo más natural y optimista posible, incluso más allá del resultado». «Tratar de transitar ese camino sin traumas, no como un tabú. Obviamente a veces hay muchas presiones externas de la familia, las expectativas, todo eso. Por suerte a nosotros eso no nos pasó, pero sé que pasa. Para ser padres la fertilización in vitro es uno de los caminos, no el único. En su momento, y sabiendo que la religión no está muy de acuerdo con este tipo de procedi- mientos, hablé con un sacerdote
y en cuatro palabras me dijo: ‘Es para dar vida’. Y eso fue suficiente y muy emocionante para mí. Creo que obsesionarse con el resultado no es bueno, como tampoco es bueno pensar ‘qué horrible, tengo un problema’. Vivirlo como un duelo no ayuda. El cómo uno decide transitar este camino es vital», afirma.
«Cuando María Jesús tenía nueve meses, yo había empezado una dieta y andaba medio mareada. Entonces le dije a mi esposo que me iba a hacer un test de embarazo. Él me miró incrédulo. Y no sé por qué me vino ese pensa- miento, pero me lo hice y efectivamente estaba embarazada. No salía de mi asombro. Saqué hora con Marisa y al llegar al consultorio sin decirle nada, me mira y me dice: ‘No me digas nada, estás embarazada’. Cuando María Jesús cumplió un año le contamos a la familia que Maria Miliagros Isabel nos había sorprendido con su llegada y que ya tenía cuatro meses de embarazo. Hoy somos esta feliz familia de cuatro», enfatiza.