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«Carlitos Paez»

A 50 años de la tragedia de los Andes y su recuperación de las drogas

No solo se cumplieron cincuenta años de la tragedia de los Andes, sino 30 años
de su recuperación de las drogas. Conversamos con Carlitos Páez, un tipo que
narra su historia de vida de una forma positiva, siempre destacando el valor de
los grupos para salir de las adversidades.

 

“El dolor compartido es menos dolor y así como la alegría
compartida es más alegría”

Tenés una frase de cabecera, que es de tu autoría, “cada uno tiene su propia cordillera”.
Verdad, y la repito mucho. Cada uno tiene su propio dolor, sin importar la dimensión, porque no
hay un dolorímetro, cada uno tiene su historia.

¿Cómo y en qué contexto comienza tu vínculo con las drogas?
Yo era el chico que querían todas las mamás de Carrasco, educado, de una familia bien. Pero yo
en esa época tomaba mucho alcohol, que es una droga totalmente aceptada. Y en esa época se
hacía un alarde con el alcohol, era algo permanente en todos lados. Se tomaba mucho whisky.
Yo iba a la casa de mi ex mujer, la mamá de mi hija, y sus padres me invitaban todos los días con
un whisky, pero era generacional, de la época, y el alcohol es la madre de todas las drogas, es la
droga por excelencia.

Cuando volví de los Andes, me jactaba de que tomaba whisky todos los días, ese verano me
creía un poco mil, todo el mundo estaba pendiente de mí.
Yo era el antidrogas total, condenaba mucho eso. Las mamás estaban encantadas conmigo,
aunque me tomaba todo, pero porque el alcohol era aceptado.
Yo me considero un alcohólico, que terminó metido en las drogas. Además, la cocaína te hace
tomar el doble.

¿Probaste primero marihuana?Sí, pero nunca me gustó. Porque no podía controlarlo, no la manejaba bien y por eso no me gustaba.

¿Cuándo tocaste fondo?
La vida se empezó a volver ingobernable. Te divorciás, tenía una hija y me salía todo mal. No te fundís por lo que consumís, te fundís porque no pagas la patente, la contribución, me ofrecían negocios malísimos y yo ponía plata. Un desastre. Negocios estrafalarios. Te metés en cosas insólitas. No solo en el orden económico, sino por supuesto en el orden familiar. Yo cumplía con mi hija lo mínimo, la llevaba al Parque Rodó y chau. Recién empecé una relación normal y sana con mi hija cuando ella tenía 15 años. Fue cuando yo había dejado las drogas y me tocó promover la película Viven. Me acompañó a Hong Kong. Ella no quería ir, no se sentía cómoda, porque para ella yo era un padre desconocido. La convenció una amiga de mi madre. En ese viaje empezó una relación fantástica, tengo  cinco nietos, que son la continuidad de la vida, soy un muy buen abuelo. Reconozco que los malcrío mucho, pero el vínculo es maravilloso.

¿Qué te pasó que te diste cuenta de que necesitabas ayuda?
Pensé, ¿cómo puedo estar metido en un proyecto de muerte después de haber salido de los
Andes? Ahí me enteré de que había un grupo que se llamaba La Magia, que fue el primer grupo
de narcóticos anónimos en Uruguay. Yo pertenezco al año fundacional de Narcóticos en 1992.
En la calle Duvimioso Terra, en un sótano. Ese sótano me daba paz, el lugar era espantoso, pero
ese sótano gris me hacía sentir tan bien, porque allí se compartía y se hablaba de cosas que no
podés hablar en la vida normal. Fue así como empecé a transitar una nueva etapa. Observé
como hacían los demás y noté que salía de ahí con una energía bárbara. También me pasaba de
una angustia espantosa. Ahí pude entender al que tiene pensamientos suicidas, porque tuve
pensamientos que se me iban rápido, pero lo comprendía. El suicida, se suicida porque no tiene
más remedio. Recuerdo esa época como una cosa pendular, de lo malo a lo bueno.

¿Cómo fueron esos momentos malos?
Me acuerdo de que un diecinueve de enero de ese primer año me fui a Punta del Este por el
día. Yo, que era un nene malcriado que desde siempre me iba de diciembre a marzo a Punta del
Este, ese verano lógicamente no fui. Recuerdo de que me fui solo en el auto, y sentí que cruzaba
el desierto, lo que me costó llegar a Punta del Este. Era un día divino, ni una nube en el cielo, y a
eso de las cinco de la tarde, me empezó a venir una angustia espantosa y me dije “yo me voy a
Montevideo”, el grupo empezaba a las siete de la tarde, llegaba bien. Deje el día más lindo del
año para ir a meterme en ese sótano gris. Pero yo me sentía bien ahí, hay mucho dolor también
en el grupo, el dolor compartido es menos dolor y así como la alegría compartida es más
alegría.

¿Ese grupo te sacó?
Solo no se puede salir. Hay un paralelismo con los Andes, se sale en grupo, solo no.
Hay que reconocer que solo no se puede. Porque la arrogancia es la base de la adicción, porque
es típico de alcohólico y de adicto que te dice: “No, yo la manejo, yo, yo.”

Uno se engaña y piensa: “Agarro, me pago una clínica, me voy a Río o a San Pablo dos meses y
esto lo arreglo en dos minutos”. Pero la cosa no pasa por ahí. La cosa pasa por lo más simple,
pasa por grupos en lugares gratuitos, fijate vos.

¿Te sentiste juzgado porque das charlas sobre tus cordilleras? La frase: “Lucran con la
tragedia” ¿te ha molestado?
Sí, la escuche mil veces, y siempre contesto lo mismo: “Es un laburo, ¿no puedo cobrarlo?”.
Y mirá que esto sucede dentro de los sobrevivientes también, cada uno cuenta la historia como
quiere.

Hay una leyenda urbana de que entre ustedes hay internas, ¿es cierto?
Están los que cuentan la historia desde el lado del drama, el lado de la tragedia, y no va por ahí,
para mi va por un lado más positivo de la vida. Si tuviéramos una entrevista todos juntos, no se
cuenta la historia de la misma forma. Yo no me sentí miserable. A los dieciocho años gracias a
dios tenés una cabeza distinta, sino, no podés funcionar, porque la historia nuestra es una
historia muy dramática. Hay que vivir con veintinueve muertos a dos metros de distancia
durante setenta y dos días y más o menos llevarla razonablemente bien.

¿Cómo es el vínculo hoy?
Al igual que con tus compañeras de clase, algunos son más amigos que otros. Recuerdo una discusión que tuve con Roberto (Canessa) cuando al principio de la película Viven, John Malkovich, que hace de mí como sobreviviente, hace un monólogo escrito por mi: “Algunos de nosotros somos amigos, otros…. Y me dice: “Carlos, sos loco, nosotros tenemos que enseñarle al mundo que somos todos íntimos amigos”. Yo le contesté que no tenemos que hacerle al mundo nada, y mucho menos, una cosa que no es real, que yo tenga una buena relación contigo no quiere decir que la tenga con otro. Algunos no se saludan, hay un montón de problemas, y otros nos llevamos bárbaro. Hay nueve documentales y veintiséis libros, siempre discutimos por algo. Pero casi todos cenamos en casa juntos una vez al mes.

En la película que se estrena en agosto hacés de tu padre.
Sí, y no fue fácil. Tengo tres escenas, muy icónicas, el abrazo con papá, el momento en que da la
lista de sobrevivientes. Me costó mucho, me hizo pelota. Además, actuar no es fácil, tenés que
repetir escenas nueve veces.

¿Seguís siendo creyente?
Más o menos. En la cordillera me aferré mucho. Hoy más o menos. Todo el cuento del después
de la vida, si soy honesto y sin culpa, te diría que siento que no pasa nada. Es una esperanza
necesaria del ser humano del para qué. Uno transita por la vida, pero nunca termina bien. Es un
cuestionamiento que tengo ahora de grande, no lo tenía. Para mí no hay una luz, la estamos
intentando….

 

IG@zonabarrios
Revista@zonabarrios.uy

Camino de los Horneros km 1.5

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